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La misión de Florence Anam: dar a los jóvenes una razón para vivir

13 de junio de 2017

CICLO HÉROES LOCALES

ONUSIDA te presenta las historias de aquellos que, gracias a su trabajo a nivel local, son artífices del cambio en la respuesta al sida. Les damos las gracias por ser unos héroes anónimos. No se ha acabado con el sida, pero es posible hacerlo.


Un grupo de chicas entra atropelladamente en la oficina de Florence Anam para su charla de orientación mensual. Anam ha preparado algo para picar y ha colocado las sillas formando un círculo. Para poner en marcha la conversación, les pide a las 16 chicas que hablen sobre el recuerdo más feliz y el más triste que tengan, y sobre cómo afrontaron cada uno de esos momentos. Algunas relatan la despreocupación de sus infancias y cómo su mundo se vino abajo cuando descubrieron que eran seropositivas.

Anam, que trabaja en la Comunidad Internacional de Mujeres Seropositivas en Kenia, observa cierto patrón tras escuchar unas cinco respuestas, y pregunta “¿Quién se ha sentido tan mal que dudaba de si podría seguir adelante?”

De las 16 chicas, 15 levantan la mano.

“Me preocupo mucho cuando veo lo deprimidos que están los jóvenes y pienso en cómo les afectará esto cuando sean adultos”, dice. “Tenemos que darles a nuestros jóvenes una razón para vivir”.

Las raíces de su determinación son profundas.

Hace 18 años, cuando tenía 19, Anam se quedó embarazada. Era una simple adolescente que se había dejado halagar por las atenciones de las que le colmaba un hombre mayor. Buena estudiante y a punto de empezar en la universidad, sus padres le dijeron que les había decepcionado, pero nunca volvieron a sacar el tema.

“Cuando me quedé embarazada nunca me preguntaron cómo había llegado a esa situación ni quién era el responsable”, afirma Anam. “El sexo era un tema tabú, no algo sobre lo que los padres hablaran con sus hijos”.

Su madre la llevó a una clínica donde, según cuenta, se sintió como bajo una lupa. En aquel momento pensó que seguramente el médico se preguntaba cómo se había quedado embarazada siendo tan joven, pero ahora cree que lo que estaban haciendo era ocultarle la realidad.

“Me parece que en aquellos tiempos el sistema de salud no estaba preparado para una joven como yo. Recuerdo que el personal se dirigía a mi madre en lugar de a mí”, menciona.

Anam piensa que los médicos sí que informaron a su madre de que era seropositiva, aunque a ella no se lo dijeron. Recuerda que su madre en seguida le dijo que dejara de darle el pecho a su pequeño, aunque la adolescente creyó que era simplemente porque tenía que retomar sus clases, lo que hizo siete días después de dar a luz.

En 2006, durante una campaña nacional de prevención del VIH en Kenia, ella y cuatro amigas fueron a hacerse las pruebas. “Quería demostrarles a todos lo equivocados que estaban y salir del centro de realización de pruebas gritando que no tenía VIH”, afirma. Cuando las pruebas de VIH confirmaron que era seropositiva, se quedó conmocionada.

Anam cuenta que fue realmente consciente del impacto de ser seropositiva un año después, cuando tuvo que hacerse una prueba de VIH para el seguro de salud de su nuevo empleo. El día que llegaron los resultados se encontró la carta de despido encima de la mesa.

“Fue un duro golpe saber que no podría alcanzar mis sueños. Me vine abajo al darme cuenta de que lo que mis padres habían soñado para mí nunca llegaría a pasar porque no iba a poder trabajar”, dice Anam. “Me desmoroné por completo”.

Dejó de relacionarse con los demás, se distanció de su familia y se sintió totalmente perdida y enfadada.

“Por aquel entonces no había redes juveniles para el VIH ni mucha información disponible, así que me puse en contacto con una mujer que había salido en el periódico y la abordé para preguntarle “¿Por qué no se me permite ser productiva si todavía no estoy enferma?”, relata Anam.

La mujer, Asunta Wagura, resultó ser la directora de la Red de Mujeres con Sida de Kenia, con base en Nairobi. Wagura le pidió que fuera a ver la organización, y así fue como Anam comenzó a trabajar como voluntaria. Cuenta que esa experiencia le abrió los ojos a la cruda realidad. Escuchó las historias de otras mujeres, muchas de las cuales vivían en condiciones de pobreza y sufriendo la violencia.

“Me sumergí de lleno en este mundo que, como niña sobreprotegida, ni siquiera había imaginado que existiera y, de repente, todos mis problemas me parecieron insignificantes, y supe que tenía que hacer partícipes a otros de lo que estaba viendo cada día”.

También adoptó una postura más franca sobre el VIH y consiguió atraer mucha atención hacia sí misma y hacia su estado.

“No aguantaba más que la gente me impusiera sus opiniones sobre mi vida, echaba de menos a la niña que solía ser y necesitaba desesperadamente salir de aquel agujero”, afirma.

Con el tiempo, aprendió a tomar el control de su vida.

“Parte de mi familia fue comprensiva, pero otros menospreciaron mi decisión”, explica Anam. “Hice mi primera entrevista para los medios cuando mi hermana me hizo notar que había encontrado mi causa”.

Y nunca volvió la vista atrás.

El punto de inflexión para Anam llegó cuando se dio cuenta de que ella misma tenía una historia que contar, así que empezó a escribirla. No solo le sirvió a nivel terapéutico, también inspiró a otros.

Acompañó a Wagura y habló con sus compañeras.

Gracias a su apoyo, Anam consiguió madurar y llegar a ser la persona que es hoy en día.

Los miembros del grupo de apoyo para jóvenes que puso en marcha en 2008 aún forman parte de su vida.

Anam trabajó en el sector privado en un programa sobre el VIH en el lugar de trabajo e implementó estrategias para la prevención del VIH y para la ampliación de los servicios de salud. “Aquellos fueron unos buenos años porque pude volver al sistema que me había enseñado a lo que puede conducir el estigma y ayudar a arreglar las cosas”.

Entonces se unió a la Red de Empoderamiento de Seropositivos de Kenia (NEPHAK, por sus siglas en inglés) para coordinar la agenda de concienciación y comunicación a nivel nacional. Actualmente, mientras trabaja en concienciación y comunicación en la Comunidad Internacional de Mujeres Seropositivas y cría a su hijo de 17 años y a su hija adoptiva de 11, considera que tiene una vida plena. Sus hijos le reprochan que saque temas como el sexo y otras cosas “incómodas” a la hora de cenar.

“Soy como la madre rarita que habla de sexo y comportamiento sexual responsable en los sitios más descabellados”, menciona Anam. “No paro de repetirles que las decisiones que tomen hoy, por inmaduros que sean, tendrán un impacto a largo plazo”.

“Quiero que tengan presente cómo puede ser su vida dentro de 20 años”, explica. Les dice a los jóvenes que ella se cuenta entre los afortunados porque se recuperó.

También sostiene que las familias y las comunidades tienen que atender mejor las necesidades de los jóvenes de 19 a 24 años, y fomentar un diálogo y una tutela abiertos.

A Anam le parece que los padres piensan que una vez que sus hijos cumplen 18 todo está hecho, ya no necesitan orientación ni apoyo y, sin embargo, se cometen muchos errores después de esa edad. Explica que los jóvenes necesitan quererse a sí mismos y ser conscientes de que pueden aprender de todas sus experiencias en la vida, sean las que sean.

Poder ayudar a los demás es la causa que la motiva. Además, añade “Me gustaría evitar que otros pasen por lo que yo pasé y, si lo hacen, me gustaría ayudarles a encarrilar de nuevo sus vidas”.