Reportaje

«Estamos juntos en esto»: Uganda Young Positives responde a la COVID-19

25 de mayo de 2020

Kuraish Mubiru se despierta de madrugada cada día para reponer los medicamentos de la terapia antirretroviral en distintas instalaciones sanitarias y después repartirlos entre sus compañeros y otros miembros de la comunidad que viven con el VIH. Esa lleva siendo su rutina desde hace siete semanas.

El Sr. Mubiru es el director ejecutivo de Uganda Young Positives (UYP), una organización basada en la comunidad que reúne a las personas que viven con el VIH, sobre todo en el sector informal. Con más de 50 000 miembros registrados, UYP se centra en aumentar el alcance para sus miembros de los servicios para la prevención, el cuidado y el apoyo relacionados con el VIH.

Cuando Yoweri Museveni, presidente de Uganda, se dirigió por primera vez a la nación el pasado 18 de marzo para informarla de la pandemia mundial de COVID-19, entre las medidas que dio a conocer estaban las de prohibir los encuentros sociales, decretar el cierre de la mayoría de los negocios, y cancelar el transporte público. Desde ese mismo momento, las personas que viven con el VIH y tuberculosis han tenido dificultades para acceder tanto a sus cuidados médicos rutinarios como a la reposición de sus medicamentos.

Como consecuencia de las medidas, el Sr. Mubiru empezó a recibir llamadas de gente joven cuyos medios de subsistencia y tratamiento del VIH dependían de las instalaciones que se habían cerrado. Se empezaba a sentir el impacto de las restricciones. La gente joven dejaba de ser capaz de acudir a su centro de atención sanitaria para recibir atención y tratamiento y, además, ni tan siquiera podía permitirse adquirir comida.

Si bien distintos centros sanitarios y organizaciones de la sociedad civil trabajaron juntos para acercar a las personas sus medicinas antirretrovirales, un buen número de personas, como informan los grupos de apoyo de la comunidad y los centros sanitarios, no han recibido sus medicamentos como consecuencia del miedo al estigma y la discriminación por parte de la comunidad y de los miembros de su familia.

«Puso a prueba a la comunidad y a nuestra resiliencia, pues nuestros iguales nos necesitaban más que nunca», apuntó el Sr. Mubiru. «Nos vimos obligados a salir de nuestra zona de confort; tuvimos que actuar y pensar rápido para no perder debido a la COVID-19 todo lo que habíamos ganado en la respuesta nacional al VIH».

El Sr. Mubiru se unió como voluntario para ayudar a sus compañeros a acceder al tratamiento para el VIH poniendo a su disposición su propio coche. Al principio utilizó sus propios recursos para repostar el coche y comprar comida, pero enseguida se quedó sin dinero.

Cuando todo comenzó, uno de los mayores desafíos era ser capaz de repostar el coche para continuar reponiendo los medicamentos. Sin embargo, al endurecerse las restricciones sobre el transporte privado, el Sr. Mubiru no pudo continuar haciendo repartos. Gracias al apoyo de ONUSIDA, del Instituto de Enfermedades Infecciosas  y del Ministerio de Salud, obtuvo un permiso que lo autorizaba a seguir prestando apoyo a su comunidad.

Durante uno de sus repartos diarios, la policía incautó el coche del Sr. Mubiru durante más de cuatro horas y le hicieron esperar. Fue necesaria la intervención de un alto cargo policial para que el Sr. Mubiru pudiera recuperar tanto su coche como su libertad. En otras muchas ocasiones  la policía lo había parado para preguntarle a dónde iba y, debido a esas pausas, a veces llegaba  a casa después del toque de queda, que estaba fijado a las 19:00 horas.

Pese a todo, su decisión de apoyar a la comunidad es inquebrantable. Sabe bien que no todo el mundo se sentiría cómodo teniendo que acudir a su centro sanitario más cercano para reponer sus antirretrovirales, pues eso los obligaría a revelar a las autoridades locales por qué tienen permiso para moverse. Y muchos tampoco querrían ver un coche de la organización de la comunidad, que sería fácilmente reconocible, aparcado a la puerta de su casa.

«Casos como estos me empujan a salir de la cama cada mañana. Seguimos estando juntos en esto. La COVID-19 terminará y nuestra vida seguirá», confiesa.

De media, entrega a sus compañeros ocho repuestos de antirretrovirales al día. A pesar de las largas distancias que debe recorrer y de los lugares de tan difícil acceso a los que tiene que llegar, la comida es uno de sus mayores desafíos ahora mismo, puesto que el hambre compromete la adherencia de las personas a su medicación. El estigma y la no revelación del estado serológico hacen que para las personas también sea todo un reto el acceder a su tratamiento para el VIH en un centro cercano.

«El brote de la COVID-19 está teniendo un mayor impacto en las personas que viven con el VIH», recalcó Karusa Kiragu, directora de ONUSIDA en Uganda. «Tenemos que garantizar que no se ponga en riesgo la adherencia al tratamiento para el VIH. Y esto es algo que se puede conseguir mediante la dispensación multimensual de la terapia antirretroviral, apoyada por una fuerte y sólida respuesta liderada por la comunidad».