Los medicamentos de acción prolongada para la prevención y el tratamiento del VIH (aquellos que se pueden tomar cada pocos meses en lugar de diariamente) podrían ayudar a salvar muchas vidas y a acabar con la pandemia de sida si, a medida que se desarrollan, se ponen a disposición a gran escala.

Los medicamentos de acción prolongada para la prevención del VIH, tal como la profilaxis previa a la exposición (PPrE), ya están disponibles en la actualidad y, a corto plazo, hay importantísimos medicamentos en desarrollo para el tratamiento de acción prolongada que podrían facilitar la adherencia de por vida al tratamiento con antirretrovirales por parte de las personas que viven con el VIH.

Sin embargo, una vez más somos testigos de cómo la mayoría de las personas que más los necesitan estarán lejos de conseguirlos, por un lado, debido a sus altos precios y, por otro, porque los monopolios impedirán que las personas procedentes de países de bajos y medianos ingresos puedan acceder a ellos.

La mejor manera de garantizar que esta ciencia revolucionaria se traduzca en un punto de inflexión global es poniéndola a disposición de todos los que la elijan.


Los estudios han demostrado que la profilaxis previa a la exposición de acción prolongada puede prevenir más nuevas infecciones por el VIH que tomar una píldora todos los días. Además, la PPrE podría ayudar a satisfacer las necesidades imperantes en materia de prevención del VIH para aquellos que más riesgo corren de contraer el virus en el mundo, como es el caso de todas las personas cuya vida, logística y contexto legal dificultan el acceso a la medicación oral y hacen de la adherencia al tratamiento todo un desafío. Pero para que la profilaxis previa a la exposición esté disponible para todos los que la elijan, los Gobiernos y las instituciones tendrán que realizar compras a gran escala y a un precio asequible.

En cuanto al tratamiento del VIH, la ciencia también está avanzando rápidamente y las prometedoras tecnologías que están surgiendo podrían resultar transformadoras. Si la gente pudiera optar por tomar una píldora que durara una semana o por recibir una inyección eficaz durante meses, sin duda para muchos sería más fácil empezar y mantener el tratamiento, con lo que se salvarían vidas y se frenaría la transmisión del VIH.

 

Barreras estructurales

Hay una barrera estructural clave que pone en peligro el acceso generalizado: la producción de estos medicamentos está monopolizada hasta ahora por un pequeño número de empresas con sede en un número ínfimo de países, lo que mantiene los precios altos y limita (y concentra) el suministro. Sabemos por experiencia (porque ya lo hemos visto con los primeros antirretrovirales, la segunda generación de antirretrovirales y las vacunas y los medicamentos contra la COVID-19) que esta barrera solo puede superarse mediante la intervención. 

Cuando el tratamiento para el VIH estuvo disponible por primera vez a finales de la década de 1990, los monopolios de los antirretrovirales situaron su precio en más de 10 000 $ por persona al año, un precio muy fuera del alcance de los millones de personas que viven con el VIH. Como consecuencia, 12 millones de africanos murieron.

El uso masivo de antirretrovirales para detener el sida se produjo solo cuando los países de bajos y medianos ingresos desafiaron la presión e impulsaron competencia genérica, y cuando la sociedad civil mundial empujó a los Gobiernos occidentales y a las empresas a dejar de trabajar para bloquearlos.  Precisamente esa experiencia fue la que llevó al mundo a decir que nunca más permitiría que las personas de los países en desarrollo vieran obstaculizado su acceso a la tecnología médica que salva vidas. Sin embargo, ese mismo enfoque excluyente y mortal ha denegado el acceso de África a un número suficiente de vacunas durante la crisis de la COVID-19.  Y si seguimos por este camino, vamos a repetir la historia con los nuevos medicamentos para el VIH. 

Los fabricantes de medicamentos para el VIH pueden y deben fijar precios a niveles asequibles para los países de bajos y medianos ingresos. Y, con vistas al largo plazo, la producción de genéricos en países de medianos y bajos ingresos debe ser esencial para que la ciencia se pueda traducir en soluciones efectivas. Y para ello, tenemos que decir adiós a los monopolios. El compartir las patentes y el transferir proactivamente la tecnología puede hacer posible que un conjunto cada vez más amplio de laboratorios en África, Asia y Latinoamérica fabriquen antirretrovirales de acción prolongada a bajo coste.

Aunque por supuesto, el precio y la producción local no son los únicos obstáculos para garantizar un uso eficaz. Algunos sistemas de salud pública también pueden requerir solidaridad global y apoyo para la adquisición de productos básicos, la logística y el almacenamiento, y la formación para una provisión eficaz. Igualmente, se antoja fundamental implicar a las comunidades para garantizar la demanda y la adherencia al tratamiento.  ONUSIDA y sus socios prestan su apoyo a todos estos grupos. 

Nunca podremos lograr un acceso igualitario a las tecnologías para hacer frente a una pandemia si nos conformamos con el funcionamiento predeterminado del mercado. Es evidente que depende de la política y la práctica. Los líderes de las redes de la sociedad civil, especialmente aquellas lideradas por las personas que viven con el VIH y por los grupos de población clave, nos están instando a actuar ahora para garantizar el acceso mundial a las nuevas tecnologías para el VIH. La ciencia compartida salvará vidas y pondrá fin a las pandemias. 

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Durante muchos años, Carlos García de León ha estado tomando pastillas diarias para mantener a raya al virus del VIH. Ahora es muy optimista acerca de los medicamentos de acción prolongada en los que recibe una inyección cada 2 meses en lugar de tomar una pastilla al día.
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