Reportaje

El derecho a revelar tu propio estado serológico

02 de agosto de 2019

A los 17 años, mientras se preparaba para su bachillerato, Francine Nganhale no tenía preocupaciones. Movida por la curiosidad, siguió a sus compañeros de clase hasta el hospital local de Yaoundé, en Camerún, puesto que estos habían escuchado que se celebraba una campaña de concienciación sobre el VIH y se realizaban pruebas gratuitas.

«Fue la primera vez que me hice una prueba del VIH y no tenía ninguna expectativa», señala.

Cuando le entregaron los resultados, la prueba era inconclusa. Volvió a hacérsela y, al cuarto intento, dio positivo. «Las explicaciones que me fueron dando a lo largo del proceso despertaron mi interés y cada vez quería saber más», comenta.

La joven Nganhale se sintió aterrada y admite que en aquel momento no tenía ni idea de qué hacer. Una médico la acompañó durante todo el proceso y le dio mucha información sobre el VIH. De pronto cayó en la cuenta de que su hijo de 3 años, que a menudo estaba enfermo, nunca se había sometido a las pruebas del VIH.  Entonces dio positivo y ambos empezaron su tratamiento.

Para ella, la parte más dura fue el momento de decírselo a su madre. De hecho, fue posponiendo el contárselo, pero cada vez estaba más aislada. Recuerda haber escuchado comentarios negativos por parte de su familia con relación a las personas que viven con el VIH. «Tomé la decisión de desafiarme a mí misma, de vivir una vida larga y sana, y de no dejar que nada me disuadiera de ello», señaló. Cuando la madre lo supo, le fue contando a otros el estado serológico de su hija. A pesar de ello, Nganhale continuó hacia adelante. No le guarda ningún rencor, ella se queda con que su madre cuidó económicamente de ella y de su hijo durante años.

Como trabajadora social, la joven Nganhale trabaja sobre todo con personas que viven con el VIH, conciencia al respecto y distribuye el tratamiento para el VIH.

Su marido también es trabajador social y se encarga de supervisar el quehacer de 106 asociaciones camerunianas para el VIH. Su experiencia se relaciona con la de su mujer. Charles Noussi era jugador de fútbol profesional en las Maldivas. Durante un chequeo médico rutinario, todos los jugadores del equipo fueron sometidos a una batería de pruebas. Al día siguiente, cuando él llegó para la sesión de entrenamiento, se chocó con el entrenador, quién le impidió entrenar con el resto.

«No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo», cuenta. «Pero al tiempo me fui poco a poco dando cuenta de que casi toda la gente me estaba escondiendo algo». Quiso llegar al fondo de la cuestión y pidió ver al equipo médico responsable de las pruebas. Y ahí fue cuando finalmente alguien le comunicó su estado VIH positivo.

«De repente me dí cuenta de que yo era el último en enterarme», comenta el señor Noussi. Las noticias solo iban  a peor. Tenía 48 horas para empaquetar mis cosas y salir del país. «¿Alcanzas a imaginar lo duro que fue para mí tener que abandonar la profesión que amaba y perder el buen sueldo que tenía, y todo solo por mi estado serológico?» «Aquello me partió el corazón».

Un patrocinador me ayudó a huir a Tailandia, donde pude acceder a los servicios sanitarios. «Hubo tanta gente ayudándome y reconfortándome», apuntó el señor Noussi. Rápidamente se unió a un grupo defensor del VIH. «Un año después, me dije a mí mismo que quizá ya había llegado el momento de aplicar lo que sabía y regresar a mi país natal», señaló. De nuevo, las mentalidades diferían en Camerún. Se enfrentó a la discriminación y, aunque estaba sano y se mostraba abierto con relación a su estado serológico, muchos de sus amigos y conocidos lo dejaron de lado.

«Gracias a Dios mi madre me ayudó muchísimo, no solo nutricionalmente, sino también social y psicológicamente», cuenta.

Dos décadas más tarde, considera que el estigma relacionado con el VIH se ha reducido en Camerún. El tratamiento para el VIH es gratuito, a diferencia de hace muchos años, cuando él tuvo que pagarse todo. Afirma que para él, sin duda, conocer tu estado serológico es fundamental.

Su mujer está de acuerdo. «No hay que decirle a una persona que no se preocupe, es normal preocuparse», dice ella. «Lo que es clave es tranquilizar a alguien asegurándole que es él o ella quien tiene el control de su vida».

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