La 51.ª Conferencia Mundial de La Unión sobre Salud Pulmonar comienza hoy en torno al tema de la «Prevención avanzada». Debido a la pandemia de la COVID-19, la conferencia se celebrará virtualmente por primera vez en sus 100 años de historia. En el encuentro se hablará de la últimas tecnologías para la tuberculosis (TB), la contaminación del aire y el control del tabaco. Asimismo, habrá sesiones especiales dedicadas a la COVID-19 y su convergencia con otras enfermedades pulmonares e infecciosas. Entre los ponentes está Su Alteza Imperial la Princesa Heredera Akishino de Japón; el presidente Bill Clinton; Shannon Hader, Directora Ejecutiva Adjunta de ONUSIDA y Divya Sojan, enfermera y superviviente de tuberculosis, entre otros.
De acuerdo con el Informe mundial sobre la tuberculosis de 2020 elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde el año 2010 ha habido una alentadora reducción de un 63 % en el número de muertes por tuberculosis entre personas que viven con el VIH. De esta forma, el mundo se estaría aproximando al objetivo mundial de la reducción de un 75 % adoptado en el año 2016 en la Declaración política de las Naciones Unidas para poner fin al sida. Sin embargo, el informe también refleja que la tuberculosis sigue siendo la principal causa de muerte entre las personas que viven con el VIH, como se observa en las más de 200 000 muertes que se produjeron en el año 2019, un 30 % de todas las muertes relacionadas con el sida.
El informe constata que menos de la mitad de las 815 000 personas que se calcula que vivían en 2019 con el VIH y que desarrollaron tuberculosis fueron diagnosticadas y comunicadas a los programas nacionales como receptoras de tratamiento para ambas enfermedades. El resto bien no consta en los programas, bien no recibió ni el diagnóstico ni el tratamiento adecuado, o posiblemente los tratamientos se comunicaron de forma errónea. Sin embargo, una vez diagnosticadas, al menos el 90 % de las personas con tuberculosis conocía su estado serológico en más de 80 países y territorios, y el 88 % de las personas que vivían con el VIH y estaban en tratamiento para la tuberculosis recibía también una terapia antirretrovírica que salvaba vidas.
La tuberculosis es una enfermedad que tiene cura y se puede prevenir. La OMS lleva desde el año 2004 recomendando un tratamiento preventivo de la tuberculosis para los nuevos diagnósticos del VIH. Dicho tratamiento prevendría el desarrollo de la tuberculosis y salvaría vidas. Hasta hace poco, el tratamiento ha sido, lamentablemente, inadecuado. Sin embargo, gracias a la combinación de la defensa de estos tratamientos, el compromiso político, la mayor disponibilidad de opciones de tratamiento más breves en el tiempo y aceptables, la financiación adecuada y el compromiso de las comunidades, se ha producido un impresionante aumento en el número de personas que viven con el VIH y han recibido un tratamiento preventivo para la tuberculosis.
En el año 2019, la OMS anunció que 3,5 millones de personas que vivían con el VIH comenzaron un tratamiento preventivo para la tuberculosis, en comparación con los 1,8 millones de personas registradas en en 2018. El total para 2018 y 2019 (5,3 millones) ya representa el 88 % del objetivo de los 6 millones fijado para el año 2022 en la Declaración política de las Naciones Unidas sobre la tuberculosis, lo que sugiere que este objetivo podría alcanzarse antes de lo previsto.
«Tardamos décadas en despejar las dudas de los sanitarios y de la comunidad, en movilizar la financiación necesaria para el tratamiento preventivo de la tuberculosis y en invertir en investigación para lograr pautas de tratamiento más breves, eficaces y aceptable», apunta Shannon Hader, Directora Ejecutiva Adjunta de ONUSIDA. «Ahora debemos elevar el objetivo, y aumentar tanto el acceso a los mejores tratamientos preventivos para la tuberculosis como su uso por parte de quienes más lo necesitan».
La COVID-19 ya está alterando los servicios relacionados con la tuberculosis y el VIH, y se suma al doble estigma que hace que las personas no accedan a los servicios. Además, los confinamientos para evitar la propagación del virus suponen un obstáculo más que impide que la gente vaya a realizarse las pruebas de detección y a recoger sus tratamientos para la tuberculosis y el VIH. Al tiempo, la pandemia está obligando a desviar recursos humanos, económicos y de laboratoio que antes se dedicaban a la lucha contra la tuberculosis y el VIH.
Se calcula (documento en inglés) que en todo el mundo un confinamiento de tres meses y una recuperación prolongada de diez meses de duración llevarían a 6,3 millones más de personas que enfermarían de tuberculosis y a 1,4 millones más de muertes relacionadas con la tuberculosis en los próximos cinco años. Ello daría como resultado un retroceso de, al menos, entre cinco y ocho años en la lucha contra la tuberculosis. Como consecuencia, y debido a la pandemia de la COVID-19, la incidencia de la tuberculosis y las muertes relacionadas con ella volverían en el año 2021 a niveles no vistos desde 2013 y 2016 respectivamente.
«Ahora más que nunca, las comunidades del VIH y de la tuberculosis han de aunar esfuerzos y pedir conjuntamente una inversión en tratamientos más breves y preventivos. Deberían instar al mundo a llevar a cabo un mejor control de la infección, respaldados por la protección de los derechos socioeconómicos y humanos que todas las personas necesitan», apunta Shannon Hader, Directora Ejecutiva Adjunta de ONUSIDA. «Para hacer frente y vencer a la COVID-19, la tuberculosis, el VIH y otras pandemias futuras, debe haber solidaridad mundial. Solo juntos podemos desarrollar y distribuir justamente una prevención combinada, incluyéndose en ella vacunas y tratamientos para todos, es decir, ese acceso universal que prioriza a quienes más lo necesitan».