El primer centro de acogida para personas transgénero en Haití abrió sus puertas la semana pasada. Kay Trans Ayiti fue inaugurado con el corte de un lazo rojo y vítores por parte de un círculo de activistas y residentes. El grupo se fue turnando para sacarse fotos entre globos rosas y azules atados al porche que se movían de arriba abajo.
Este momento triunfal tuvo lugar durante una época difícil. Cuando le preguntaron cómo les había ido a las personas transgénero en Haití durante la COVID-19, la fundadora Yaisah Val fue rotunda. «Cuando el resto de la población tiene un catarro, la comunidad trans tiene neumonía. Imagine eso unido al hambre, la pobreza y los recursos escasos en Haití: siempre estamos al margen», dice.
En muchos aspectos, la Sra. Val no está tan excluida como las personas a las que ayuda. La primera mujer abierta y públicamente transgénero de Haití se presenta como madre de dos y esposa. Posee un título universitario en educación y psicología clínica. Era profesora y orientadora escolar antes de convertirse en movilizadora comunitaria a tiempo completo, activista y portavoz en asuntos relacionados con la identidad de género. Durante los que ella denomina sus «años ocultos», fue fácilmente aceptada como mujer.
Nacida en los Estados Unidos de América e hija de padres haitianos, tuvo la suerte de tener una familia estable, el apoyo de sus profesores y el amor incondicional de su abuela.
«Si vas a ser marica, serás el mejor marica que hay porque eres el mío», le dijo su abuela cuando aún era un niño llamado Junior.
Esto no es lo habitual. Según la Red Trans del Caribe Unido, las personas transgénero de la zona tienen muchas menos posibilidades de recibir el apoyo de su familia, terminar la educación secundaria y tener trabajo. Es más probable que terminen viviendo en la calle, se prostituyan para sobrevivir y sufran extrema violencia. Todo esto aumenta exponencialmente el riesgo de esta comunidad de infectarse por el VIH. Un estudio reciente mostró que las mujeres transgénero en Haití tenían una prevalencia del VIH del 27,6 % —14 veces más alta que la población general.
Sin embargo, a pesar de su «privilegiada» vida, el viaje de 47 años de la Sra. Val ha sido intenso.
Desde que tenía dos o tres años, ya sabía que era una niña. El control del género por parte de sus parientes fue inmediato e incesante: «Enderezad a ese niño. No le podéis dejar que crezca de esa manera». A lo siete años, fue ingresada en el Hospital Infantil de Washington por heridas en sus genitales que se había infligido ella misma. La pubertad fue «un infierno...mucha confusión y odio hacia mí misma».
Hace alrededor de 20 años, se convirtió en ella misma durante el carnaval de Haití. Se hizo trenzas en el pelo, se enfundó un vestido y se subió a un ruidoso y colorido bus tap-tap con sus amigos. Un hombre ligó con ella. La llamó guapa y le abrió la puerta. Se sintió como Cenicienta.
«Ese chico se acabó enterando y casi me mata de una paliza», recuerda la Sra. Val. «Ya seas de clase alta, de clase media o de la calle, mientras seas trans, no importa. Una vez sales del armario, desaparece todo el respeto... Solo eres eso. Esa palabra te quita toda la humanidad a ojos de la gente».
Transicionar le ofreció cierta libertad, «vivía y me veían como soy, como siempre había sido». Pero el miedo a ser agredida o excluida hizo de su identidad un estresante secreto. Sus exnovios no sabían que era transgénero hasta que salió del armario años después. Solo se reveló ante el hombre que más tarde se convertiría en su marido después de haber vivido juntos durante un año y cuando estaban a punto de casarse.
«No recomiendo que se haga eso», dice la Sra. Val una y otra vez, haciendo referencia a las personas transgénero que ocultan su identidad de género a sus parejas. «Puede ser violento. Puede ser peligroso».
En su caso, salió bien. Su pareja decidió que era la misma persona que conocía y amaba. Hace tres años, la historia se repitió cuando se lo contó a sus hijos.
«Simplemente estaba sorprendido», dijo su hijo, Cedrick. «Me impactó para bien. Me habían empezado a educar poco a poco a lo largo de los años para que entendiese lo que significaba. Desde entonces, el vínculo madre-hijo alcanzó un nuevo nivel para ambos. Llenó todas esas lagunas. Ahora todo tenía sentido, como sus historias de la infancia».
Salir del armario a sus más allegados abrió las compuertas al activismo. En 2016, la Sra. Val se convirtió en la primera persona de la historia de Haití en identificarse públicamente como persona transgénero. Ha sido una asociada clave para ONUSIDA Haití y las organizaciones de lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) de la isla. El año pasado, participó en un diálogo nacional sobre los derechos de las personas LGBTI. Junto a su esposo, empezó a acoger a personas transgénero sin hogar. Esto sentó las bases para Kay Trans Ayiti, que ahora aloja a diez personas transgénero. Se ha puesto en marcha una recaudación de fondos destinada a un programa de apoyo psicosocial, asesoramiento jurídico en materia de sustitución hormonal y formación profesional. Una de sus iniciativas de empleo es un carrito de comida. Algunos de sus residentes viven con el VIH y reciben apoyos para continuar con su tratamiento antirretroviral.
La Sra. Val sabe de primera mano lo aterrador que es acceder a los servicios de salud sexual y reproductiva como mujer transgénero. Recuerda su experiencia al ir a ginecólogo en Haití para hacerse una revisión relacionada con su vaginoplastia. El médico no entendía lo que significaba «transgénero». La visita terminó con el ginecólogo llamando a otros médicos para que la mirasen embobados.
«Era un canal de YouTube, una página de Google... cualquier cosa menos un ser humano. Estaba molesta. Estaba llorando. ¡Esa es la razón por la que las personas transgénero no acceden a la atención sanitaria! Tenemos un montón de hombres trans con problemas ginecológicos que utilizan tratamientos con hierbas en lugar de ir al médico», dice la Sra. Val.
Su grupo, Acción Comunitaria para la Integración de Mujeres Vulnerables en Haití (Action Communautaire pour l’integration des Femmes Vulnerable en Haiti o ACIFVH), está trabajando con dos clínicas de VIH para sensibilizar a los profesionales de la salud. Combatir la ignorancia y el conservadurismo es una ardua tarea. Incluso tras haber recibido sesiones educativas, algunos médicos y enfermeros han intentado imponer sus creencias religiosas a los formadores.
«Tuve suerte de no haberme visto perjudicada por la transfobia y la discriminación», admite la Sra. Val. «Imagine si no hubiera tenido el apoyo de mi abuela, una educación y oportunidades. No habría sido la persona que ve ahora.
«Si echas una semilla en cemento, no crecerá. Ser trans no es el problema, la reacción de la gente lo es: echarlos a la calle, no dejarles trabajar, no aceptarlos en los colegios. Necesitamos tener un sitio en la sociedad. Es difícil. Llevará un tiempo. Pero alguien tiene que empezar».